Asteya, el tercer Yama, nos insta a no apropiarnos de lo ajeno, algo menos evidente de lo que pudiera parecer a primera vista
La luna llena de abril nos encandiló con su luz para reflexionar sobre Asteya, el tercer Yama, que nos insta a no apropiarnos de lo ajeno. Habitualmente publicamos el último lunes de cada mes, pero aprovechamos esta vez para tomarnos una semana adicional y dedicarnos a meditar un poco más sobre este tema crucial. Cualquier búsqueda rápida en internet nos conduce a la representación de este aspecto de la conducta con el entorno (Yamas) haciéndolo equivalente al clásico mandato de ‘no robar’. Quienes ya llevan algunos meses siguiendo nuestra sección, sabrán que nos distingue procurar destacar lo más esencial, de la manera más sencilla posible, pero evitando a toda costa caer en los estereotipos que resultan de recorrer los manidos atajos de simplificación reduccionista.
LA NECESIDAD DE DAR Y RECIBIR
Empezar con un contexto concreto siempre facilita las cosas. Si nos situamos en lo más inmediato, nuestro propio cuerpo, podemos observar su sintonía, el equilibrio y el ritmo constantes entre dar y tomar. Esta compensación mutua resulta imprescindible e incluso vital para mantenerse con salud. La respiración ejemplifica a la perfección lo que pretendemos ilustrar: el proceso de inhalar y exhalar contiene la necesidad de dar y recibir. Es una realidad que salta a la vista: tras una inhalación (tomamos aire, nos lo apropiamos), se sucede una exhalación (expulsamos el aire, lo devolvemos, lo ‘damos’). Si pensamos en la nutrición, o en el bombeo cardíaco, también constatamos este mismo vaivén. El cuerpo se nutre del entorno y retorna algo al entorno, hay una devolución.
Partiendo de esta metáfora concreta, hagámosla extensiva a otros ámbitos. ¿De dónde o de quién tomamos nuestra energía? Y ¿nuestro tiempo? ¿Nuestras ideas? ¿Nuestras emociones? ¿Quién(es) nos proporciona(n) lo que necesitamos? ¿Dónde está(n) la(s) fuente(s) de las que bebemos (literal y metafóricamente)?
¿De qué manera se manifiesta en nuestra vida cotidiana la práctica de este principio? Pensemos en un día cualquiera, en una actividad cualquiera. Intentemos situarnos en los orígenes de cada una de nuestras rutinas y acciones. Veamos el amplio espectro de todo lo que tomamos, de todo lo que hacemos nuestro, de todo lo que absorbemos, de todo aquello de lo que nos apropiamos.
RECIPROCIDAD VERSUS APROPIACIÓN
La siguiente reflexión tendría que ver con la reciprocidad. ¿Sucede de forma natural, como el hecho de respirar? ¿Cuál es nuestra contribución? ¿Qué devolvemos al entorno y cómo? En otras palabras, ¿qué aportamos?
En nuestra cultura queda muy claro y patente lo que implica ‘robar’ elementos materiales, cosas tangibles (un puesto de trabajo, dinero, un libro prestado deliberadamente no devuelto, la lista podría ser muy larga).
En cambio, raramente nos paramos a pensar en la reciprocidad que brindamos. A menudo nos apropiamos del esfuerzo, la creatividad, el tiempo, las ideas, las reflexiones de otras personas, sin reconocerlo y llevándonos los méritos y la recompensa de algo que no era nuestro. La apropiación puede ir todavía más lejos: hay quienes procuran apropiarse de relaciones, contactos, espacios y oportunidades ajenas.
Robamos tiempo, escucha, atención, paciencia, amabilidad, bondad. Si no hay reciprocidad no hay Asteya, sino todo lo contrario: hay apropiación. Desde una perspectiva ética, se trata de una apropiación indebida. Esta forma de robo invisibilizada es una puerta abierta a varios tipos de abuso: hay quién roba la integridad, la dignidad, la fuerza, el respeto, la paz, la estabilidad, el bienestar, la tranquilidad, la seguridad, el descanso, el ocio, la calma, el cariño…
En el núcleo de convivencia, ¿hay reciprocidad? ¿Quién roba a quién? ¿Quién detenta la carga mental, la carga emocional, la carga doméstica, la carga de cuidados? Preguntarse por la reciprocidad nos ofrecerá una respuesta.
ASTEYA, UNA NECESARIA REFLEXIÓN
Este enfoque nos conduce a lo infinito, ya que siempre, siempre tenemos la suerte, la ocasión y la oportunidad de avanzar hacia algo mejor en medio de esta frágil inmensidad que es la vida.
Autora
Elisenda Palau, colaboradora. Practicante de Asana y estudiante de Yoga desde hace más de una década. Graduada como instructora en 2011 (por la Alianza Europea del Yoga y por la North-American Yoga Alliance) cuenta con más de 500 horas de formación en su haber y sigue impartiendo cursos y talleres. Actualmente también se dedica profesionalmente a la interpretación de conferencias, entre muchos otros proyectos.