Ahimsa nos propone vivir sin causar daño. Practicar, actuar, vivir en el principio de no violentar ni dañar requiere una sensibilidad y una consciencia muy agudas. Hoy reflexionamos sobre los daños que sufrimos e infligimos en nuestras relaciones interpersonales cotidianas
Ahimsa, el primero de los Yamas, suele traducirse como ‘no violencia’. Personalmente, prefiero dotar de mayor potencia al concepto, refiriéndome al ‘no dañar’. ¿Por qué? Porque el verbo suscita acción y como ya vimos en el pasado artículo, los yamas son comportamientos e indicaciones de cómo conducirnos en relación al entorno. En ese sentido son claramente actos, acciones.
AHIMSA, ANTE TODO, NO DAÑAR
Practicar, actuar, vivir en el principio de no violentar ni dañar requiere una sensibilidad y una consciencia muy agudas. Este principio rector nos insta además a revisar todas nuestras (pre)concepciones de violencia. Numerosos actos violentos de alto calibre presentan un consenso prácticamente universal.
Atentar contra la vida, la seguridad y la integridad de las personas son daños de los que alertan la mayoría de comunidades en todo el mundo. Se ven y perciben colectivamente como violencia. Cada una propone sus códigos para reconducir la situación. Por lo general, esta queda regulada en gran medida por las diversas instancias legales, jurídicas, culturales, estatales y sociales. La eficiencia o adecuación de dichos mecanismos es algo que no podemos ni queremos abarcar aquí.
El daño se manifiesta en una infinidad de formas. Se puede dañar también con el pensamiento, la palabra, las emociones…
LIDIAR CON EL DAÑO
No siempre ha sido así y existen otras posibilidades de enfocar el daño. En las últimas décadas se han constatado cambios de enfoque. Un ejemplo sería la justicia reparadora. Un testimonio asombroso de la misma lo encontramos en el documental Human (minuto cinco).
En algunas comunidades tradicionales, es costumbre ritual abrazar al perpetrador y recordarle todas sus cualidades mediante música y cantos. Se pretende así que regrese a su lado luminoso cuanto antes. En otras comunidades indígenas se establecen consejos en círculos para pactar un camino de solución y reparación del daño.
ALCANCE DEL DAÑO
El daño se manifiesta en una infinidad de formas. Daños colaterales, intensidad variable del daño, visibilidad o invisibilidad del mismo, reiteración, concatenación de daños. El daño se inflige de múltiples maneras. Se puede dañar también con el pensamiento, la palabra, las emociones… Los daños con secuela física, perceptible por los sentidos, no dejan casi lugar a dudas, con lo que son generalmente reconocidos y tomados en cuenta. Esto facilita que haya una respuesta a los mismos. Por el contrario, los daños emocionales, psicológicos y espirituales permanecen demasiadas veces ocultos, lo que les dota de una invisibilidad peligrosa. Dicha invisibilidad dificulta su reconocimiento y la debida reparación. En este sentido, la violencia estructural también merecería un capítulo aparte.
El daño que pasa desapercibido puede desencadenar efectos devastadores, dada su continuidad y el efecto acumulativo insidioso
DAÑO COTIDIANO
El entresijo que nos interesa hoy es justamente este daño que infligimos. Es mucho más difícil y controvertido identificarlo, definirlo y ser verdaderamente conscientes del mismo, por ser algo cotidiano. Sin embargo, el daño sufrido solemos tenerlo más presente. Justamente en medio de esta compleja trama es donde queremos ubicar el artículo, para arrojar algo de luz. ¿Por qué? Porque el daño que pasa desapercibido puede desencadenar efectos devastadores, dada su continuidad y el efecto acumulativo insidioso.
También porque es justamente este el daño sobre el que podemos actuar, el que de verdad podemos tratar, sobre el que podemos elegir y pronunciarnos. Aquí van unas preguntas para incitar a la reflexión: ¿Nos preocupa el daño que infligimos? ¿Cómo reaccionamos cuando alguien nos interpela acerca de un daño sufrido por nuestra causa? ¿Escuchamos atentamente o más bien nos ponemos a la defensiva? ¿Procuramos entender y acercarnos a la comprensión de otro ángulo? ¿Buscamos explicar o justificar lo sucedido para resultar indemnes? ¿Nos hiere mantener este tipo de conversaciones? ¿Reaccionamos con incredulidad? ¿Nos abrimos a ellas? ¿Nos cerramos en banda? O ¿con curiosidad y extrañeza?
La tradición yóguica aboga por ampliar y extender el ámbito de nuestra responsabilidad de manera constante y sostenida. De esta forma se incrementan los espacios de cuidado y se consiguen redes más densas de reparación entre las personas
BUENAS INTENCIONES
El daño, su alcance y su profundidad, se dirimen en esta interacción. La intención inicial puede no desempeñar ningún papel relevante en este caso. Tal y como nos recuerda la expresión de la sabiduría popular, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Cuando se producen daños, uno de los atenuantes más frecuentemente esgrimidos radica en la consideración de las intenciones: las buenas intenciones.
A menudo se sobreentiende que si la intención era buena, dado que el daño no estaba planeado, este resulta ser simplemente un efecto colateral indeseado que no nos atañe, y que quien recibe el daño debe aceptarlo como un hecho más y encogerse de hombros. No es necesariamente así desde el enfoque ‘ahimsa’ y la perspectiva que tratamos hoy aquí. Justamente lo que quedaría en entredicho es que la ausencia de mala fe exima a nadie de ninguna responsabilidad.
La tradición yóguica (pero no únicamente, ya que también proponen esta mirada la gran mayoría de espiritualidades así como muchas otras tradiciones éticas agnósticas) aboga por ampliar y extender el ámbito de nuestra responsabilidad de manera constante y sostenida. De esta forma se incrementan los espacios de cuidado y se consiguen redes más densas de reparación entre las personas.
Desde el enfoque ‘ahimsa’ y la perspectiva que tratamos hoy aquí queda en entredicho que la ausencia de mala fe, no exime a nadie de ninguna responsabilidad
REPARACIÓN: PRIMUM NON NOCERE
El conflicto en sí es un acontecimiento y como tal, ocurre y seguirá teniendo lugar. Es un hecho constatado históricamente. El principio de ‘ahimsa’ vive también en la raíz de nuestra tradición médica. El juramento hipocrático se continúa honrando hasta hoy día: Primum non nocere, secundum cavere, tertium sanare. Ante todo, no dañar, seguidamente prevenir, por último, sanar.
Cuando el daño está hecho, debemos procurar sanarlo o repararlo, ya que no se ha podido evitar ni prevenir. Cuando entramos en conflicto, es importante enfocarse en la reparación. Mucho más importante que la manifestación del conflicto es el modo en qué se aborda. El reconocimiento del mismo por todas las partes implicadas es un buen punto de partida. La escucha activa, genuinamente atenta y respetuosa es esencial cada día y todavía mucho más en situaciones de conflicto. La voluntad de comprenderse mutuamente deviene crucial. Para ello es imprescindible dedicar tiempo y espacio. Y el cultivo constante de la consciencia.
Imaginémonos por un instante que cada cual se responsabilizara por completo del daño que ocasiona y se apremiara a cultivar todo lo necesario para minimizar y reparar dicho daño. Rozaríamos la utopía con las yemas de los dedos.
Elisenda Palau, colaboradora. Practicante de Asana y estudiante de Yoga desde hace más de una década. Graduada como instructora en 2011 (por la Alianza Europea del Yoga y por la North-American Yoga Alliance) cuenta con más de 500 horas de formación en su haber y sigue impartiendo cursos y talleres. Actualmente también se dedica profesionalmente a la interpretación de conferencias, entre muchos otros proyectos.